lunes, 9 de marzo de 2015

Guadalupe (primera entrega)




Por: H. K. Michael Ayala Alva

I

-          ¿Te acompaño?

Ortiz preguntó a Guadalupe en voz alta, en medio del salón, mientras el profesor no llegaba y cuando todos guardaban el típico silencio producto del aburrimiento. El tedio desapareció, ella enrojeció y bajó la mirada buscando inútilmente en su cuaderno alguna salida heroica que la pudiera salvar de los gritos, las burlas de cuarenta y cinco alumnos que recién acababa de conocer.

-          Si, si quieres.

No se le ocurrió mejor respuesta. Los gritos y las molestias se hicieron más intensos, todos empezaron a golpear la carpeta, a fastidiarla intensamente con sonidos típicos de una burla escolar. El salón se llenó de griterío, la bulla traspasó las paredes, llegaron hasta la otra sección, cruzaron el pabellón, pasaron por la cancha de vóley, viajó a través de los baños y llegó a la oficina de la Dirección.

-          Carrasco, anda a ver qué pasa en Tercero “C”.

El auxiliar, fastidiado, se dirigió hasta el salón a ver qué pasaba. Sus pasos eran decididos pero pequeños, siempre con la mirada hacia el piso y el palo blanco en la mano derecha. Vestía siempre un pantalón y camisa verde los días de la formación o actuaciones centrales. Rara vez se le veía con ropa nueva, salvo las fiestas patrias, en que decían que aprovechaba su “grati” para dos cosas: meterse una soberbia borrachera en la bodega “Lucha” y comprarse un pantalón y una camisa nueva. Pero ese día era distinto, el chisme de su inminente despido había viajado desde el comentario distraído de la profesora de Lengua y Literatura, pasando por los alumnos y llegando hasta sus oídos, por eso, decidió desde aquel comentario bañarse siempre, afeitarse y vestirse con ropa formal cada vez que fuera al trabajo. Pero el buen aseo dejó visible un rostro plagado de huecos originados por el acné en otro tiempo y que ahora hacían una verdadera superficie lunar en su cara.

Así, mientras avanzaba, uno de los alumnos avistó su llegada.

-          ¡Cállense, viene car´e cancha!

Todos se ubicaron en sus asientos, bajaron de las carpetas y dejaron de apanar a Ortiz. Cual estudiantes aplicados, empezaron a copiar por fin lo que había en la pizarra que Calero había escrito sin que nadie entienda, salvo Jesús.

-          ¡A ver! ¡Adelante los causantes de toda la bulla!

El apodo care´cancha vino de los de quinto el día que lo vio sin barba, impecablemente afeitado más el uniforme siempre verde. Su rostro vislumbró el mismo color de la cancha serrana y una respetable cantidad de agujeros en las mejillas, producto de reventarse los barritos con las manos. El apodo empezó a trabajarse en una conversación banal, hasta que se hizo realidad al ver la cancha serrana que se vendía en el kiosko con un ají verde que solía picar mucho. Desde entonces se pedía “dame un carrasco de a cincuenta”, siempre observando que ningún profesor se percate de la broma.

Pero ahora, y como siempre, nadie saldría, todos se cubrirían para que ninguno fuera castigado. Ya estaban acostumbrados, Car´e cancha insistiría, preguntaría a los más chancones que dirían que no se dieron cuenta porque estaban copiando lo de la pizarra, amenazaría con dejarlos sin recreo, luego les daría el “sermón de las tres horas” sobre el mal comportamiento, el futuro del Perú y el honor a los valores que la nación está perdiendo. Sólo era cuestión de resistir cuarenta a sesenta minutos hasta que Carrasco sea llamado por otro auxiliar a resolver otro problema en otro salón. Luego de ello, molestarían por fin a Guadalupe tras varios días sin encontrar manera de colocarle un apodo o burlarse de una niña insoportablemente correcta.

-          Fui yo, profesor.

Ortiz se levantó de su asiento mientras repetía: “si profe, fui yo”. Esta era una experiencia nueva para Carrasco, la primera vez tras múltiples intentos que un alumno cedía a sus fracasadas técnicas. El salón entero clavó su mirada en Ortiz. Por primera vez alguien cedía y un profesor ganaba en un colegio donde los alumnos y alumnas hacían lo que querían.

-          Vamos a la Dirección.

Un palazo en las piernas acompañó el cruce del umbral de la puerta, tras las risas de todos. Mientras recibía más golpes de Carrasco, el salón entero miraba por la ventana y por la puerta el camino de Ortiz hacia la Dirección. Car´e cancha estaba tan emocionado por su victoria que ni siquiera había preguntado que había hecho el alumno para generar tremendo alboroto, lo importante para él es que había conseguido una victoria sobre el salón más inquieto del colegio y esto merecería que no lo despidieran, como planeaban hacerlo en un mes.

-          ¡Camine alumno, apúrese!

Ortiz hizo el ademán de haber sentido el palazo en la pierna y empezó a frotársela mirando las ventanas de su salón, buscó los ojos de Guadalupe en vano. Ella era una chancona, no saldría si un profesor decía que nadie lo hiciera, siempre hacía caso.

-          Director, le traigo al causante del alboroto en Tercero “C”.

Ya en la Dirección, Ortiz se sintió tranquilo. El resto del día hablarían de su confesión, de lo estúpido que había sido, de los palazos camino a la Dirección, de lo sonso que era. Delatarse a sí mismo era una victoria para Carrasco quien ahora iría más seguido a Tercero “C”, buscarían las mochilas, descubriría quizá los naipes, los cigarros y las revistas porno que escondían. El salón tenía mucho en que preocuparse, se dedicarían ahora a ver donde esconder todo lo que habían traído, Ortiz se había ganado una buena, muy buena marginación colectiva como escarmiento.

-          ¡Cómo se le ocurre generar ese desorden! ¡Qué cosa tiene en el cerebro alumno!

Escuchaba el típico discurso del Director, intentando ocultar una sonrisa. En su salón, ya la habrían  dejado en paz, más preocupados por él y en la posible requisa.

En cada reglazo en el trasero, imaginaba la tarde convirtiéndose en noche, el silencio de las veredas y la sonrisa de Guadalupe mientras caminaba.

II

Querido diario:

Papá se ha enojado mucho hoy, me ha lanzado un grito y una bofetada. He llorado, pero se han mezclado unas ganas de largarme  de mi casa y la pena que siento por él. Dice mamá que lo perdone, que es porque ha perdido su trabajo. Ahora tenemos que mudarnos, cambiarme de colegio, olvidarme de mis amigos. Dice que los podré volver a ver el próximo año, que todo es temporal. No le creo.

Lo que más me molesta es que no me lo dijo él, lo escuché en una conversación que tenía con mi madre mientras estaba en su cuarto. “Negra, me despidieron hoy, sabía que reclamar por mejoras laborales tenías consecuencias, carajo”.  Mi madre preguntó por mí “¿Y ahora, como haremos con el colegio de Guadalupe?”. La respuesta de mi padre fue sencilla y odiosa, “nada, la cambiaremos a un estatal, eso es todo. Además, nunca ganará la beca por primer puesto”. Entonces entré y me metí en la conversación. Le grité, “¡siempre es así! ¡Siempre tienes que sacrificarnos por lo que crees! ¡Siempre por tus estúpidas ideas! ¡Qué culpa tenemos nosotros de que los demás…..”. No me dejó terminar, fue tan rápido y tan doloroso. Las manos de mi padre en mi rostro, pero no para acariciarme, no para decirme que estaba orgulloso de mí, que me quería, que era su engreída, era para callarme. Una gran bofetada que me duele más su recuerdo que el dolor mismo.

Tengo el labio hinchado y la mejilla demasiado roja. Mañana no iré al colegio, tampoco los demás días. ¿Qué le voy a decir a mis amigas? ¿Qué le voy a decir a mis profesores? ¿Me tengo que ir derrotada por el estúpido y sobón de Martín? Ese idiota, siempre franeleando a todos los profesores, a la Directora, al conserje, a los demás. Siempre diciendo que no ha estudiado nada cuando ha repasado toda la noche, siempre pidiéndome ayuda y yo negándosela para después arrepentirme cuando pone su carita de miedo. Ayúdame Guadalupe, ayúdame pues, si pierdo la beca mi papá se enoja. ¿Y yo tarado? (perdón), me da ganas de decirle, pero siempre lo ayudo. Ayudo a todos caray (perdón), les enseño lo que no entienden, les ayudo con las tareas, a veces las hago por ellos, me quedo un ratito más en el cole solo para ayudarlos, porque me dan pena, porque me gusta sentirme útil, porque siento que arreglo el mundo aunque sea un poquito…detesto a papá.

Mi mamá vino en la noche, después de la cachetada. La cólera de papá la asustó, dice que no lo veía tan enojado desde la protesta esa que encabezó en la Universidad. Mamá dice que mi papá siempre fue respetado en La Cantuta, que tenía mucha gente que lo seguía y que siempre luchaba por los derechos de sus amigos, que nunca terminó su carrera por eso (lo odio). Dice que lo conoció así, revoltoso, rebelde, siempre protestando, con un jean azul despintado, un polo negro o rojo, una casaca ploma larga y un morral donde guardaba sus libros y algunos cuadernos con cuentos y poesías. No me importa eso, me aburre que me cuente de alguien que sólo le importa él, sentirse importante salvando a todos menos a él. Hubiera sido mejor si yo no hubiera nacido, de repente así él se podía dedicar mejor a lo que le gusta hacer, salvar a los demás.


No iré al colegio ya y entraré en un estatal muy pronto, no me despediré de nadie, no participaré del concurso de literatura. ¿Quién ayudará a los demás a hacer las tareas? No me importa, sí me importa…ay no sé. ¿A qué colegio iré ahora? Dicen que hay uno llamado el Olimpo, está en Salamanca pero en la zona de rateros y pirañas, que miedo. Que fastidio. 

1 comentario:

Unknown dijo...

profe muy interesante la historia, un cambio drástico el que lo cambien de colegio, pero debe de entender que los padres siempre quieren lo mejor para los hijos. Espero que al final se dé cuenta de eso.