- Acércate.
Sandra miró a Chovy fijamente, trazó una sonrisa enamorada y esperó que la tomara de la cintura. El parque estaba ya desocupado y la noche jugaba con las tenues luces de los postes que alumbraban mediocremente el parque Olimpo. Una vez más, se iniciaba el juego de seducción que tenía ya tres meses y mantenía en suspenso a todo el colegio. Ella, la más popular, deseada e inalcanzable. Él, capitán de la selección de fútbol, líder de su salón y seductor por esencia, parecía haber encontrado en Sandra el reto que pudiera aplacar su afán de conquistador invicto.
Y es que nadie podía jactarse de haber besado a Sandra, muchos lo habían intentado por todos los medios, desde las interminables caminatas hacia su casa (a veinte cuadras del colegio) hasta amenazas, súplicas y ruegos. Uno a uno habían sucumbido, desde aquel chico de ojos azules y tez clara, hasta el temible Chino, quien con amenazas y un cuchillo quiso arrebatarle un beso para luego celebrarlo como una victoria jamás lograda. Los relatos se multiplicaban, las historias se repetían, siempre se hablaba de un nuevo fracaso, de una reciente derrota, de un sufrimiento intenso, pero esta vez la situación era distinta, ya no era algún temerario pero ingenuo adolescente, tampoco algún matón colegial que con amenazas lograra la tan ansiada presa, se trataba de Chovy, el invencible Chovy.
Su primera victoria y el inicio de su liderazgo iniciaron cuando venció a Luis Galarreta en una pelea en el parque del colegio. Galarreta tenía el respeto de todos y era considerado el jefe del salón durante la época de primaria, había vencido a casi todos (incluso algunos de secundaria) y estaba siempre dispuesto a desafiar a cualquier profesor, quienes habían roto tres reglas en sus manos. Sus victorias eran memorables, hasta Chovy. Aquella vez, la pelea pactada no pasaría de algunos forcejeos y tumbadas, quien cayera al piso primero sería el vencedor. Galarreta no tenía razón para pelear, era un simple “chócala para la salida” que podría haberse olvidado al finalizar las clases, pero él insistió.. Llegado el momento, todos se dirigieron al espacio sagrado donde se definía a golpes o empujones quien lideraría el salón, claro, batalla librada siempre por los más altos y más viejos, en este caso, Chovy y Galarreta.
La batalla fue breve, tres intentos para derribar a Chovy y tres rotundos fracasos de Galarreta. Chovy no hacía mayores esfuerzos, se reía pensando que Galarreta jugaba, pero todo se ponía cada vez más serio, dos intentos más acabaron en otros dos fracasos. De pronto, el tercer esfuerzo terminó en una experiencia nueva en el aprendizaje de las peleas para quienes miraban, un contundente puñete en el ojo izquierdo a Galarreta, que terminó por cerrarle el ojo.
- ¡Vas a ver, le voy a decir a mi hermano!
La frase imperdonable le hizo perder perpetuamente el respeto de todos. Chovy intentó pedir disculpas, intentó decirle que todo era un juego, pero Galarreta ya no fue el mismo, dos semanas después, quitado de su soberanía en el salón, se fue del colegio.
Desde entonces, todos se pusieron alrededor de Chovy, inició su carrera de aquero invencible, de capitán de la selección colegial y de conquistador; pero siempre de manera furtiva, prudente; hacía amigos y derrotaba enemigos en silencio, sin muchos gritos, con buenas formas y bellas palabras. Supo proteger a quienes lo necesitaban, supo ser abusivo cuando era necesario, nadie se metía con él, no se metía con nadie. La victoria de Sexto de primaria se prolongó hasta cuarto de secundaria, año en que el tan esperado encuentro con “la más rica del colegio” se haría realidad.
Sandra pasó intempestivamente de ser la “boca de llanta” a la “inconquistable”. De formas menudas en la infancia, su cabello azabache creció en silencio junto con la silueta de su cuerpo. Fue en segundo de secundaria donde una pantaloneta y un polo apretado determinarían para siempre la imagen femenina hacia el carnaval de hormonas masculinas. Todos la buscaron, afanaron, pretendieron, amenazaron. Se hicieron peleas en su honor, se formaron bandos, líderes de pandillas dentro del colegio competían entre sí para estar junto a ella, pero el victorioso en las peleas siempre fracasaba en la declaración. Fue de su madre quien aprendió respuestas como: “eres un buen amigo”, “soy muy pequeña para tener enamorado”, “no quiero perder tu amistad”, “no puedo descuidar mis estudios”, etc. Mientras su fama se extendía, el mito de su virginidad de labios se convertía en un bastión inexpugnable.
Tras la derrota de todos los pretendientes, apareció Chovy. El encuentro coincidió con una jornada deportiva organizada por otro colegio y a la cual el “Toribio de Luzuriaga” había enviado una delegación. El ritual de las presentaciones se realizó en uno de los momentos de descanso, organizado por amigos y amigas de Chovy y Sandra respectivamente. Después, las conversaciones se generaron por medio de excusas, aunque siempre eran difíciles dado que ella estaba en la sección “A” y él en la “C”. Esto fue resuelto por medio de justificaciones generadas por terceros, un cuaderno, un lapicero olvidado, una tarea incompleta, un examen, etc. Lo peculiar de Chovy es que sus excusas sonaban a justificaciones reales y nadie podía determinar que estuviera enamorado o afanando a una chica, su imagen jamás se dañaba, de esto se encargaban sus amigas y amigos a cambio de protección y popularidad. Nadie se atrevió a decir que Chovy estaba afanando a Sandra, no, él era un amigo o buscaba alguna ayuda en cualquier tarea inventada.
Bastó un mes para que Chovy le confesara a Sandra lo linda que era, bastaron dos días para que ella le dijera lo bonito que la trataba. La noticia corrió por todo el colegio, cada rincón de las aulas tenía esto como noticia. De pronto se especulaba, se hablaba de que ya eran enamorados, novios, que estaban próximos a besarse, que ya habían jugado con sus labios. ¿Estaría vencida Sandra?, Chovy parecía entregado de una vez por todas a una chica de manera formal, pues hasta entonces todo había sido superfluo.
Sandra miró una vez más a Chovy, dejó que sus manos tocaran su cuello y cogiera su cabello. Era lo más lejos que él había llegado. Habían jugado una y otra vez al perpetuo ritual del beso en la mejílla o del “pídemelo tú”. Ambos sabían lo conocidos que eran, lo populares, lo envidiados, Entre los dos se entabló una guerra fría, ninguno quería dar el primer paso, ser el vencido. Las conversaciones del colegio se convirtieron en apuestas, las chicas decían que si Chovy besaba a Sandra, este habría sido finalmente derrotado, los chicos del colegio aseguraban que si Sandra lo besaba, ella habría sido finalmente vencida. La batalla silenciosa empezó entre ellos, Chovy no quería perder su fama de ganador, Sandra temía perder su imagen de “Incosquistable”. Ambos establecieron una serie de escaramuzas amorosas que se prolongaban en llamadas telefónicas interminables, visitas extensas, cartas inquietas y caminatas de la mano que terminaban en una despedida fríamente explicable.
Pero la noche aquella de luces hipócritas definiría de una vez por todas el resultado. “Hoy será”, había dicho Chovy. “Hoy será”, había dicho Sandra. Todo el colegio quedó en no visitar el parque aquel día, se lo dejarían, porque la incertidumbre generaba fastidio, ansiedad, aburrimiento. Chovy inició la caminata con anécdotas divertidas, con poesías de Pablo Neruda y algunas creaciones propias. Sandra lo escuchaba amablemente, sorprendida de la dureza de sus músculos, la anchura de su pecho, la dureza de su espalda y el contraste inexplicable del buen trato de sus palabras. Los rituales se prolongaron mientras caminaban de la mano sin saber si ya eran enamorados o no.
- Es tarde, ya debo irme
El reloj de Sandra marcaba las siete de la noche, límite para una mentira complaciente a su padre.
- Acércate.
Sandra lo miró directo a los ojos, sonrió levemente, miró la valiente cicatriz de Chovy, la que llevó campeón al colegio en la primera fase del torneo inter-escolar, la acarició con sus níveas manos. Tomó su nuca para acercar sus labios, Chovy decidió entregarse, ceder, bajar la guardia y olvidar las apuestas, confiarse un instante por entero al acto gratuito que Sandra le otorgaba y del que se había prometido, no hablaría jamás.
- Adiós
Sandra esperó que los labios de Chovy estuvieran a un centímetro de distancia, para luego girar bruscamente e irse a casa, caminó a paso ligero con los cuadernos abrazados, una luz moribunda de un poste terminaba por sucumbir al desgaste, Chovy la vio alejarse, retirarse sin chance alguna. Su orgullo lo obligó a no perseguirla, a no cumplir el rol patán de sus predecesores. Vencido, esperó que su silueta se alejara en el horizonte, intentando encontrar una explicación que sirviera en ese instante y al día siguiente.
A media cuadra de casa, Sandra sintió el deseo inexplicable de reír a carcajadas.
Sandra miró a Chovy fijamente, trazó una sonrisa enamorada y esperó que la tomara de la cintura. El parque estaba ya desocupado y la noche jugaba con las tenues luces de los postes que alumbraban mediocremente el parque Olimpo. Una vez más, se iniciaba el juego de seducción que tenía ya tres meses y mantenía en suspenso a todo el colegio. Ella, la más popular, deseada e inalcanzable. Él, capitán de la selección de fútbol, líder de su salón y seductor por esencia, parecía haber encontrado en Sandra el reto que pudiera aplacar su afán de conquistador invicto.
Y es que nadie podía jactarse de haber besado a Sandra, muchos lo habían intentado por todos los medios, desde las interminables caminatas hacia su casa (a veinte cuadras del colegio) hasta amenazas, súplicas y ruegos. Uno a uno habían sucumbido, desde aquel chico de ojos azules y tez clara, hasta el temible Chino, quien con amenazas y un cuchillo quiso arrebatarle un beso para luego celebrarlo como una victoria jamás lograda. Los relatos se multiplicaban, las historias se repetían, siempre se hablaba de un nuevo fracaso, de una reciente derrota, de un sufrimiento intenso, pero esta vez la situación era distinta, ya no era algún temerario pero ingenuo adolescente, tampoco algún matón colegial que con amenazas lograra la tan ansiada presa, se trataba de Chovy, el invencible Chovy.
Su primera victoria y el inicio de su liderazgo iniciaron cuando venció a Luis Galarreta en una pelea en el parque del colegio. Galarreta tenía el respeto de todos y era considerado el jefe del salón durante la época de primaria, había vencido a casi todos (incluso algunos de secundaria) y estaba siempre dispuesto a desafiar a cualquier profesor, quienes habían roto tres reglas en sus manos. Sus victorias eran memorables, hasta Chovy. Aquella vez, la pelea pactada no pasaría de algunos forcejeos y tumbadas, quien cayera al piso primero sería el vencedor. Galarreta no tenía razón para pelear, era un simple “chócala para la salida” que podría haberse olvidado al finalizar las clases, pero él insistió.. Llegado el momento, todos se dirigieron al espacio sagrado donde se definía a golpes o empujones quien lideraría el salón, claro, batalla librada siempre por los más altos y más viejos, en este caso, Chovy y Galarreta.
La batalla fue breve, tres intentos para derribar a Chovy y tres rotundos fracasos de Galarreta. Chovy no hacía mayores esfuerzos, se reía pensando que Galarreta jugaba, pero todo se ponía cada vez más serio, dos intentos más acabaron en otros dos fracasos. De pronto, el tercer esfuerzo terminó en una experiencia nueva en el aprendizaje de las peleas para quienes miraban, un contundente puñete en el ojo izquierdo a Galarreta, que terminó por cerrarle el ojo.
- ¡Vas a ver, le voy a decir a mi hermano!
La frase imperdonable le hizo perder perpetuamente el respeto de todos. Chovy intentó pedir disculpas, intentó decirle que todo era un juego, pero Galarreta ya no fue el mismo, dos semanas después, quitado de su soberanía en el salón, se fue del colegio.
Desde entonces, todos se pusieron alrededor de Chovy, inició su carrera de aquero invencible, de capitán de la selección colegial y de conquistador; pero siempre de manera furtiva, prudente; hacía amigos y derrotaba enemigos en silencio, sin muchos gritos, con buenas formas y bellas palabras. Supo proteger a quienes lo necesitaban, supo ser abusivo cuando era necesario, nadie se metía con él, no se metía con nadie. La victoria de Sexto de primaria se prolongó hasta cuarto de secundaria, año en que el tan esperado encuentro con “la más rica del colegio” se haría realidad.
Sandra pasó intempestivamente de ser la “boca de llanta” a la “inconquistable”. De formas menudas en la infancia, su cabello azabache creció en silencio junto con la silueta de su cuerpo. Fue en segundo de secundaria donde una pantaloneta y un polo apretado determinarían para siempre la imagen femenina hacia el carnaval de hormonas masculinas. Todos la buscaron, afanaron, pretendieron, amenazaron. Se hicieron peleas en su honor, se formaron bandos, líderes de pandillas dentro del colegio competían entre sí para estar junto a ella, pero el victorioso en las peleas siempre fracasaba en la declaración. Fue de su madre quien aprendió respuestas como: “eres un buen amigo”, “soy muy pequeña para tener enamorado”, “no quiero perder tu amistad”, “no puedo descuidar mis estudios”, etc. Mientras su fama se extendía, el mito de su virginidad de labios se convertía en un bastión inexpugnable.
Tras la derrota de todos los pretendientes, apareció Chovy. El encuentro coincidió con una jornada deportiva organizada por otro colegio y a la cual el “Toribio de Luzuriaga” había enviado una delegación. El ritual de las presentaciones se realizó en uno de los momentos de descanso, organizado por amigos y amigas de Chovy y Sandra respectivamente. Después, las conversaciones se generaron por medio de excusas, aunque siempre eran difíciles dado que ella estaba en la sección “A” y él en la “C”. Esto fue resuelto por medio de justificaciones generadas por terceros, un cuaderno, un lapicero olvidado, una tarea incompleta, un examen, etc. Lo peculiar de Chovy es que sus excusas sonaban a justificaciones reales y nadie podía determinar que estuviera enamorado o afanando a una chica, su imagen jamás se dañaba, de esto se encargaban sus amigas y amigos a cambio de protección y popularidad. Nadie se atrevió a decir que Chovy estaba afanando a Sandra, no, él era un amigo o buscaba alguna ayuda en cualquier tarea inventada.
Bastó un mes para que Chovy le confesara a Sandra lo linda que era, bastaron dos días para que ella le dijera lo bonito que la trataba. La noticia corrió por todo el colegio, cada rincón de las aulas tenía esto como noticia. De pronto se especulaba, se hablaba de que ya eran enamorados, novios, que estaban próximos a besarse, que ya habían jugado con sus labios. ¿Estaría vencida Sandra?, Chovy parecía entregado de una vez por todas a una chica de manera formal, pues hasta entonces todo había sido superfluo.
Sandra miró una vez más a Chovy, dejó que sus manos tocaran su cuello y cogiera su cabello. Era lo más lejos que él había llegado. Habían jugado una y otra vez al perpetuo ritual del beso en la mejílla o del “pídemelo tú”. Ambos sabían lo conocidos que eran, lo populares, lo envidiados, Entre los dos se entabló una guerra fría, ninguno quería dar el primer paso, ser el vencido. Las conversaciones del colegio se convirtieron en apuestas, las chicas decían que si Chovy besaba a Sandra, este habría sido finalmente derrotado, los chicos del colegio aseguraban que si Sandra lo besaba, ella habría sido finalmente vencida. La batalla silenciosa empezó entre ellos, Chovy no quería perder su fama de ganador, Sandra temía perder su imagen de “Incosquistable”. Ambos establecieron una serie de escaramuzas amorosas que se prolongaban en llamadas telefónicas interminables, visitas extensas, cartas inquietas y caminatas de la mano que terminaban en una despedida fríamente explicable.
Pero la noche aquella de luces hipócritas definiría de una vez por todas el resultado. “Hoy será”, había dicho Chovy. “Hoy será”, había dicho Sandra. Todo el colegio quedó en no visitar el parque aquel día, se lo dejarían, porque la incertidumbre generaba fastidio, ansiedad, aburrimiento. Chovy inició la caminata con anécdotas divertidas, con poesías de Pablo Neruda y algunas creaciones propias. Sandra lo escuchaba amablemente, sorprendida de la dureza de sus músculos, la anchura de su pecho, la dureza de su espalda y el contraste inexplicable del buen trato de sus palabras. Los rituales se prolongaron mientras caminaban de la mano sin saber si ya eran enamorados o no.
- Es tarde, ya debo irme
El reloj de Sandra marcaba las siete de la noche, límite para una mentira complaciente a su padre.
- Acércate.
Sandra lo miró directo a los ojos, sonrió levemente, miró la valiente cicatriz de Chovy, la que llevó campeón al colegio en la primera fase del torneo inter-escolar, la acarició con sus níveas manos. Tomó su nuca para acercar sus labios, Chovy decidió entregarse, ceder, bajar la guardia y olvidar las apuestas, confiarse un instante por entero al acto gratuito que Sandra le otorgaba y del que se había prometido, no hablaría jamás.
- Adiós
Sandra esperó que los labios de Chovy estuvieran a un centímetro de distancia, para luego girar bruscamente e irse a casa, caminó a paso ligero con los cuadernos abrazados, una luz moribunda de un poste terminaba por sucumbir al desgaste, Chovy la vio alejarse, retirarse sin chance alguna. Su orgullo lo obligó a no perseguirla, a no cumplir el rol patán de sus predecesores. Vencido, esperó que su silueta se alejara en el horizonte, intentando encontrar una explicación que sirviera en ese instante y al día siguiente.
A media cuadra de casa, Sandra sintió el deseo inexplicable de reír a carcajadas.
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